viernes, 11 de noviembre de 2016

Un merlot casi perfecto y argentino.

Hoy viernes mi alma pedía, pide, vino, más que nunca, pensaba tomarme las estrellas de Francia en Buenos Aires, pero mis amigos me fallaron y la sed de champagne le dio lugar a otra, estando solo en mi casa, pensé en descorchar algo original, recordé que me quedaba una sola magnum, de un merlot argentino, ¡una magnum? ¿Estando solo? ¡Muy original! Amague una sola vez, aun sabiendo que la abriría, abrí la caja de madera (tenía dos clavos) desvestí  la botella, la desenvolví de un papel madera, distintivo de esta tradicional bodega argentina.

El vino en cuestión es el vino más difícil de encontrar de Finca La Anita, hoy ya discontinuado, el Merlot, este de la cosecha 2006. Se hicieron solo 136 botellas de 1.5 litros cada una. Es decir, una sola barrica. La que me toco fue labotella numero 88.

Hasta acá todo muy lindo, un vino de lujo, un vino argentino más podría ser, aun con esta presentación. 
Creo que en este país los vinos perfectos, los que nos hacen volar, los mágicos, no son más de los que podemos contar con una mano.

Y si pienso en mi historia de be/vida, bebo desde 1985 y pienso lo que bebo desde 1990, este es posiblemente uno de los mejores vinos que bebí en mi vida, me refiero a vino argentino. Me recuerda a los enormes caballeros (cabernets) de la cepa de la decada del 70, o al merlot de Weinert de 1980.

Se me ocurrió escribir esta líneas, porque estoy disfrutando cada beso, cada sorbo de este vino, y desde el primer ataque de nariz, me sorprendió, me sedujo, y una vez en la boca, me emociono, casi, casi al punto de lagrimear, hoy estoy muy sensible, everybody knows ayer se murio Leonard Cohen, pero solo los grandes vinos de burdeos lograron provocarme algo similar.

Me acabo de enamorar de este merlot, igualmente, en este estado, me atreveré a describirlo lo más objetivamente posible.

En vista muestra un atractivo color granate intenso. Con buen brillo, y reflejos algo más claros.

La nariz, es sutil, refinada, con notas balsámicas, que denotan frescura, fruta y madera ensambladas a la perfección. Nada se superpone, nada molesta, todo es placer. 
Paso algo más de media hora en el decanter y todo es más complejo, no se cae, se mantiene y se potencia.

Ya en boca, el equilibrio asombra, el alcohol de 13.8% no molesta, los taninos  a 10 años de su nacimiento están en su plenitud, no se cuál fue su pasado, ni sabremos su futuro, pero el presente es óptimo, son firmes, pero no molestan, no agreden la boca, los sabores son nobles, francos, suaves y refinados. 

Un verdadero manjar embotellado.  Por suerte en una botella de litro y medio. Y aunque todo termine, este placer parece infinito.

¡Salud!
SB 11/11/16